MEXICANOS EN LA PRIMERA LÍNEA DE REDADAS
El Costo Humano de una Política que nos Señala
MEXICANOS EN LA PRIMERA LÍNEA DE REDADAS
El Costo Humano de una Política que nos Señala
Los números son contundentes y, al mismo tiempo, profundamente inquietantes, de las cerca de 220 mil personas arrestadas por ICE en nueve meses, los mexicanos constituyen el grupo más grande, aproximadamente un tercio del total. Es decir, decenas de miles de connacionales fueron detenidos en operativos que, en la teoría oficial, estaban dirigidos exclusivamente a criminales peligrosos. La realidad, sin embargo, desmiente esa narrativa con una claridad incómoda: Más de 75 mil de los arrestados no tenían antecedentes penales.
En otras palabras, los mexicanos están siendo capturados no por representar un riesgo, sino porque son el blanco más accesible. Y eso es un problema que rebasa las cifras. Habla de un clima político que vuelve a colocar a la comunidad mexicana como chivo expiatorio, pieza útil en un tablero donde la seguridad nacional se confunde con la necesidad de proyectar mano dura.
Para cualquiera que conozca la historia migratoria de Estados Unidos, esto no es nuevo. Los mexicanos han sido, desde hace más de un siglo, pieza esencial del desarrollo económico del país, del campo a la construcción, del procesamiento de alimentos a los servicios. Sin embargo, esa misma presencia masiva se ha convertido en un arma de doble filo. Cuando la retórica antimigrante necesita un rostro, el mexicano sigue siendo el más disponible, el más visible y, paradójicamente, el menos defendido.
El ritmo de estas detenciones -824 personas al día- es alarmante no solo por su velocidad, sino porque evidencia un método: Operativos amplios, poco precisos, guiados más por cuotas y efectos mediáticos que por evaluaciones de riesgo. Para los mexicanos, esto se traduce en una vulnerabilidad cotidiana, la posibilidad de ser arrestado camino al trabajo, en un retén improvisado o a partir de una simple revisión administrativa.
Pero detrás de cada estadística hay hombres y mujeres que llevan años en el país, que pagan impuestos, que sostienen industrias enteras y que, aun así, siguen sin protección efectiva. Hay familias divididas por decisiones tomadas en oficinas políticas, niños ciudadanos estadounidenses que se quedan sin padre o madre, empleadores que pierden trabajadores esenciales, comunidades enteras que viven bajo una sombra permanente de miedo.
La pregunta es inevitable: ¿por qué los mexicanos siguen siendo los más afectados? La respuesta tiene varias capas. La primera es numérica ya que somos la comunidad migrante más grande y, por tanto, la más expuesta. La segunda es política y no es otra que la de presionar a los mexicanos genera réditos rápidos en un país donde la migración se ha convertido en un tema identitario. Y la tercera es diplomática, México rara vez responde con la fuerza y claridad necesarias para proteger a su diáspora.
En este contexto, no basta con condenar las redadas. México debe asumir que proteger a sus ciudadanos en el exterior es una obligación y un acto de soberanía. Y Estados Unidos debe reconocer que una política migratoria basada en el temor y la desinformación erosiona no solo la estabilidad de millones de familias, sino la integridad moral del propio sistema.
Lo que está ocurriendo no es una operación contra criminales. Es una operación contra mexicanos. Y eso exige, más que indignación, una respuesta firme, coordinada y visible de ambos lados de la frontera.
Nora Oranday, Coordinadora de Acción en Plenitud para Adultos Mayores del Partido Acción Nacional