¿REDADAS EN ESTADIOS DE FÚTBOL?
Cómo la Agenda Anti-inmigrante de Trump Devora el Espíritu del Mundial
¿REDADAS EN ESTADIOS DE FÚTBOL?
Cómo la Agenda Anti-inmigrante de Trump Devora el Espíritu del Mundial
La Copa Mundial 2026 debía ser una vitrina histórica para Estados Unidos: un escaparate de infraestructura, multiculturalidad y poderío económico compartido con México y Canadá. Sin embargo, la promesa de Donald Trump de intensificar las redadas y deportaciones de migrantes durante el mismo periodo convierte esa vitrina en un cristal empañado por el miedo. La política migratoria, usada como ariete electoral, amenaza con transformar la mayor fiesta deportiva del planeta en un escenario de tensión y vergüenza internacional.
Para Trump, la estrategia es clara, exhibir un músculo político que reafirme su compromiso con una “seguridad fronteriza” entendida como mano dura. Hacerlo durante un evento seguido por miles de millones es, para su base, una demostración espectacular de poder. En el cálculo de su campaña, la narrativa del control migratorio no pierde fuerza; al contrario, se intensifica bajo los reflectores del mundo.
Pero políticamente, el costo puede ser devastador. Las imágenes de agentes de ICE rondando estadios, revisando zonas turísticas o deteniendo a personas con documentos dudosos serían gasolina para las críticas internacionales y un golpe certero a su reputación global. Dentro del propio país, sectores moderados -y especialmente la enorme comunidad latinoamericana, fundamental para el fútbol y para la economía local- podrían interpretar estas acciones como una criminalización abierta de su presencia, un recordatorio de que el discurso oficial sigue encontrando en ellos a un chivo expiatorio conveniente. Un gol en propia puerta, transmitido en cadena mundial.
La FIFA, por su parte, se enfrenta a una disyuntiva que pone a prueba los valores que tanto presume. ¿Puede hablar de inclusión mientras guarda silencio ante políticas que generan miedo entre jugadores, aficionados y trabajadores? La presión de organizaciones civiles para garantizar zonas libres de agentes migratorios en sedes y fan zones ya es palpable. Si el organismo opta por callar, arriesga su credibilidad ética y financiera, estadios menos concurridos, turistas temerosos, patrocinadores incómodos. Si alza la voz, desafía directamente al país anfitrión. De cualquier forma, queda atrapada en una contradicción que ella misma contribuyó a crear al priorizar los réditos económicos sobre las garantías sociales.
Y luego está el propio torneo. Un Mundial se alimenta de alegría, diversidad y movilidad. Las redadas masivas erosionan ese espíritu. Las comunidades migrantes -muchas de ellas parte fundamental de la fuerza laboral que sostiene hoteles, restaurantes y servicios- quedarían paralizadas por el miedo. Los aficionados latinoamericanos podrían optar por no viajar. La logística sufriría. Y la imagen global de Estados Unidos que buscaba presentarse como anfitrión plural y moderno quedaría asociada a la exclusión.
Convertir la Copa Mundial en un escenario para afianzar una agenda anti-inmigrante es populismo en su forma más cruda. Trump no solo amenaza la seguridad de millones; también arriesga el brillo, la apertura y el legado de un torneo que debería celebrarse bajo la bandera de la unidad.
Nora Oranday, Coordinadora de Acción en Plenitud para Adultos Mayores del Partido Acción Nacional